Veo la serie de televisión “M, el hijo del siglo”, basada en el libro del mismo título, y asisto, entre inquieto y fascinado, al ascenso de Benito Mussolini a lo más alto del poder en Italia.
Tu texto me ha sacudido. Porque no es una reflexión lejana ni un ensayo intelectual: es una crónica del presente con los ecos del pasado resonando como un tambor de guerra. Tu “Miedo” es el mío, y el de tantos que vemos cómo la historia se repite, pero con ropa nueva y sonrisa de algoritmo.
Lo que narras no es una metáfora: es un parte de guerra democrática. Es la constatación —descarnada, lúcida, necesaria— de que estamos otra vez ante el umbral del abismo. Solo que esta vez no se abre con botas ni uniformes, sino con trending topics y tertulianos. Ya no hacen falta camisas negras. Basta un micrófono, un canal de YouTube y una audiencia harta, confundida y manipulada.
Vivimos en una época en que el fascismo no necesita gritar para hacerse oír. Le basta con susurrar en los algoritmos de TikTok, deslizarse como un meme en Twitter, o adoptar la forma de “sentido común” en los discursos de quienes ocupan cómodamente las bancadas del poder. Y lo más perverso es que quienes votan a esos nuevos M lo hacen convencidos de estar rebelándose, cuando en realidad están cavando la tumba de sus propios derechos.
Has señalado algo clave: la clase media se está descomponiendo. Pero no solo en lo económico. Se deshace moralmente, culturalmente, simbólicamente. Prefiere orden a justicia, como bien dices. Porque el orden, aunque injusto, tranquiliza. Porque la justicia, aunque noble, incomoda. Y en ese hueco, en ese miedo, se cuela el monstruo.
No es nuevo. Ya lo sabíamos. Pero lo hemos olvidado.
El centro político se ha vaciado de sentido. Ya no representa un lugar de encuentro ni de gestión sensata, sino una ciénaga de tecnócratas sin alma que confunden gobernar con no molestar. Y cuando el centro se convierte en vacío, los extremos gritan más fuerte. Es la ley de la gravedad política. Y el peligro, como denuncias, es que cuando todo grita, la democracia calla. Porque se queda sin interlocutores.
Tu premonición no es apocalíptica. Es realista. Porque el mal no llega anunciándose como tal. Llega vestido de solución. De eficacia. De “esto no va más”. De “yo no soy político, soy uno de vosotros”. Llega hablando de libertad mientras la vacía, palabra a palabra. Llega pidiendo urnas para destruir el derecho a elegir. Lo hemos visto antes. Lo estamos viendo ahora.
Pero no quiero quedarme solo en el diagnóstico.
Es hora de hablar claro: necesitamos una izquierda que no solo sea moralmente superior, sino estratégicamente inteligente. Que no se limite a indignarse con razón, sino que construya con eficacia. Que no desprecie a los que tienen miedo, sino que les hable. Que no se ría del populismo, sino que lo enfrente con un relato propio, ilusionante, posible. Y necesitamos también una derecha digna, si aún existe, que tenga el coraje de expulsar de sus filas a quienes coquetean con el odio como si fuera una herramienta legítima.
Como tú, no creo que el mundo se acabe mañana. Pero sí creo que el mañana depende de lo que hagamos hoy. De lo que digamos. De a quién escuchemos. De si decidimos apagar el móvil para mirar a los ojos a quien sufre. De si, como esa monja que mencionas, seguimos abriendo comedores, pero también bibliotecas, plazas, micrófonos.
Porque la Misericordia —y esto es lo más bello y lo más doloroso de tu texto— es un valor último, sí, pero no puede ser el único. No puede ser el refugio tras la derrota. Tiene que ser el principio de una nueva política: la que se basa en cuidar, no en vencer.
Gracias por escribir esto. Y por no callarte. Por nombrar el Miedo. Porque cuando se nombra, deja de tener tanto poder. Y entonces, quizá, empezamos a recuperar el nuestro.
Tu comentario es un brillante artículo en sí mismo. Estamos (como decía Borges) en el Jardín de los Senderos que se bifurcan. Y, de nuevo, en un punto parecido al de hace cien años.
Mucho me temo que la sacudida es necesaria. Cinco, diez, veinte, treinta años... O mañana. Pero llegará.
Gracias por tu elocuente nota, y tus exagerados (por inmerecidos) elogios.
No tengo nada positivo que añadir a lo que cuentas hoy. Pero en estos momentos, hay discos que a mí me sirven para canalizar cierto tipo de energía. Concretamente, acabo de dar al play de Spotify con «Vulgar Display of Power» de Pantera seleccionado.
PS: Intento no pensar mucho en las posibles razones que llevaron a Phil Anselmo a escribir esta maravilla, porque lo mismo me tengo que buscar otro disco.
La belleza siempre vence, pero qué difícil es encontrarla a veces.
Querido Ignacio,
Tu texto me ha sacudido. Porque no es una reflexión lejana ni un ensayo intelectual: es una crónica del presente con los ecos del pasado resonando como un tambor de guerra. Tu “Miedo” es el mío, y el de tantos que vemos cómo la historia se repite, pero con ropa nueva y sonrisa de algoritmo.
Lo que narras no es una metáfora: es un parte de guerra democrática. Es la constatación —descarnada, lúcida, necesaria— de que estamos otra vez ante el umbral del abismo. Solo que esta vez no se abre con botas ni uniformes, sino con trending topics y tertulianos. Ya no hacen falta camisas negras. Basta un micrófono, un canal de YouTube y una audiencia harta, confundida y manipulada.
Vivimos en una época en que el fascismo no necesita gritar para hacerse oír. Le basta con susurrar en los algoritmos de TikTok, deslizarse como un meme en Twitter, o adoptar la forma de “sentido común” en los discursos de quienes ocupan cómodamente las bancadas del poder. Y lo más perverso es que quienes votan a esos nuevos M lo hacen convencidos de estar rebelándose, cuando en realidad están cavando la tumba de sus propios derechos.
Has señalado algo clave: la clase media se está descomponiendo. Pero no solo en lo económico. Se deshace moralmente, culturalmente, simbólicamente. Prefiere orden a justicia, como bien dices. Porque el orden, aunque injusto, tranquiliza. Porque la justicia, aunque noble, incomoda. Y en ese hueco, en ese miedo, se cuela el monstruo.
No es nuevo. Ya lo sabíamos. Pero lo hemos olvidado.
El centro político se ha vaciado de sentido. Ya no representa un lugar de encuentro ni de gestión sensata, sino una ciénaga de tecnócratas sin alma que confunden gobernar con no molestar. Y cuando el centro se convierte en vacío, los extremos gritan más fuerte. Es la ley de la gravedad política. Y el peligro, como denuncias, es que cuando todo grita, la democracia calla. Porque se queda sin interlocutores.
Tu premonición no es apocalíptica. Es realista. Porque el mal no llega anunciándose como tal. Llega vestido de solución. De eficacia. De “esto no va más”. De “yo no soy político, soy uno de vosotros”. Llega hablando de libertad mientras la vacía, palabra a palabra. Llega pidiendo urnas para destruir el derecho a elegir. Lo hemos visto antes. Lo estamos viendo ahora.
Pero no quiero quedarme solo en el diagnóstico.
Es hora de hablar claro: necesitamos una izquierda que no solo sea moralmente superior, sino estratégicamente inteligente. Que no se limite a indignarse con razón, sino que construya con eficacia. Que no desprecie a los que tienen miedo, sino que les hable. Que no se ría del populismo, sino que lo enfrente con un relato propio, ilusionante, posible. Y necesitamos también una derecha digna, si aún existe, que tenga el coraje de expulsar de sus filas a quienes coquetean con el odio como si fuera una herramienta legítima.
Como tú, no creo que el mundo se acabe mañana. Pero sí creo que el mañana depende de lo que hagamos hoy. De lo que digamos. De a quién escuchemos. De si decidimos apagar el móvil para mirar a los ojos a quien sufre. De si, como esa monja que mencionas, seguimos abriendo comedores, pero también bibliotecas, plazas, micrófonos.
Porque la Misericordia —y esto es lo más bello y lo más doloroso de tu texto— es un valor último, sí, pero no puede ser el único. No puede ser el refugio tras la derrota. Tiene que ser el principio de una nueva política: la que se basa en cuidar, no en vencer.
Gracias por escribir esto. Y por no callarte. Por nombrar el Miedo. Porque cuando se nombra, deja de tener tanto poder. Y entonces, quizá, empezamos a recuperar el nuestro.
Con afecto, rabia y esperanza,
Hola Pedro
Tu comentario es un brillante artículo en sí mismo. Estamos (como decía Borges) en el Jardín de los Senderos que se bifurcan. Y, de nuevo, en un punto parecido al de hace cien años.
Mucho me temo que la sacudida es necesaria. Cinco, diez, veinte, treinta años... O mañana. Pero llegará.
Gracias por tu elocuente nota, y tus exagerados (por inmerecidos) elogios.
No tengo nada positivo que añadir a lo que cuentas hoy. Pero en estos momentos, hay discos que a mí me sirven para canalizar cierto tipo de energía. Concretamente, acabo de dar al play de Spotify con «Vulgar Display of Power» de Pantera seleccionado.
PS: Intento no pensar mucho en las posibles razones que llevaron a Phil Anselmo a escribir esta maravilla, porque lo mismo me tengo que buscar otro disco.