Veo la serie de televisión “M, el hijo del siglo”, basada en el libro del mismo título, y asisto, entre inquieto y fascinado, al ascenso de Benito Mussolini a lo más alto del poder en Italia. Me revuelvo en el sillón al contemplar cómo un hombre Miserable, Mezquino y Mediocre, consigue trepar por los escalones de una democracia hasta ocuparla y, finalmente, destruirla con el aplauso de los italianos. No le hace falta finura política o cintura parlamentaria. Tiene más que suficiente con su sentido del olfato: siente la podredumbre del sistema político que gobierna Italia; el olor acre del desencanto de una generación de jóvenes que luchó en una guerra mundial para nada; la peste a orín producida por el pánico de la burguesía industrial ante el avance del socialismo; el Miedo de una sociedad que cambia. Es entonces cuando le oigo pronunciar una frase terrible, dirigiéndose directamente al espectador:
“Encuentra a los que tienen Miedo, y transforma su Miedo en odio. Y cuando sientan odio, entonces dales una urna”
Benito Mussolini en “M, el hijo del siglo”
Asisto consternado a la indiferencia de un país ante el uso brutal e indiscriminado de la violencia política, a la inmensa cobardía de una clase media que quiere orden antes que justicia, al hechizo poderoso de una promesa inédita, hecha a un país cansado de tanta incompetencia. Pienso entonces que hoy, claro, ya no hace falta la violencia física, porque ya no hay que amedrentar con pistolas. Ahora las víctimas (los débiles, los desfavorecidos, a los que Mussolini despreciaba) empuñan con sus propias manos el arma con la que cada día se les dispara a sus cabezas, y recargan alegremente la munición haciendo scroll; no hay que recurrir a las porras, porque la gente, de buena gana, se deja golpear voluntariamente mientras encorva la espalda y pasa el dedo por la pantalla, ansiosa por recibir el próximo golpe. Pero la violencia es la misma, el mensaje es el mismo: que “il suffragio universale è la più grande menzogna della democrazia”, que “il Parlamento è un chiacchierificio!” (una charlatanería).
Y entonces soy yo el que siente Miedo.
Porque los salarios reales en España aún no han recuperado el valor de 2008, primero porque ya se ocuparon de que fueran ellos los que pagaran la factura de la crisis, y después porque la inflación y la crisis de la vivienda no han sido compensadas por un incremento de la productividad, por un aumento del parque de viviendas asequibles, o por una política tributaria más justa1. Porque la gente no entiende, ni tiene nada que entender de todo eso, pero lo vive cada día y, confundida, ha decidido refugiarse en una espiral de sueños aspiracionales que nunca cumplirán y en la apoteosis de lo individual, abandonando lo colectivo.
Porque no hay un Mateotti2 que alce la voz con dignidad frente a los desmanes del fascismo, sino una grotesca sucesión de charlatanes y de mensajes vacíos que únicamente pretenden enfrentar unos a otros, mezclando banderas caducas, teñidas con la melancolía de un pasado muchas veces inexistente con consignas incendiarias o con apelaciones a un progreso que muchos han dejado de sentir.
Porque cada escalón que descendemos hacia a las cloacas del Estado nos confronta con la triste realidad de una élite reducida y mediocre cuyo único objetivo es la consecución y ejercicio del poder. Y al asomarse a los albañales los encontramos a todos, juntos, salpicados de Mierda, satisfechos o resignados a aceptar las reglas del juego, sacando dossieres de los cajones, audios de los teléfonos móviles, para arrojárselos a la cara.
Porque los más furibundos de cada bando borran rápidamente de sus mentes el breve sentimiento de vergüenza que los recorre, para poder seguir escupiendo argumentarios predigeridos, alimentando así el lodazal; porque a los desilusionados les llegan los ecos de aquel bravucón diciendo que “la democrazia è il regime dell’irresponsabilità”, y son cada día más los que, ciegos, creen que eso es verdad.
Porque, como dice Yannis Varoufakis, el centro no aguantará, siendo como es el responsable de este desaguisado y, sobre todo, careciendo de una respuesta sólida a la necesidad imperiosa de mejorar la vida de la gente. Porque el sistema que nos ha llevado hasta aquí agoniza, y ya no le basta con soltar lastre, sino que tiene que resetearse. Porque entonces llegará el momento en el que alguien dirá que el sufragio universal ya no es necesario, porque es una Mentira.
Y porque entonces los desencantados de la clase media, los furibundos niñatos de los gimnasios, los engañados por las promesas de redención, los cínicos que piensan que, en el fondo, todo da igual, y los descreídos del cambio climático comprobarán, atónitos, cuando todos sus anhelos sean barridos por una ráfaga de autoritarismo sofocante, que sus vidas no han mejorado, porque nunca se pretendió que lo hicieran. Y que las únicas que lo han hecho han sido, justamente, la de que quienes ya vivían bien.
Y mi Miedo se transforma en una apesadumbrada premonición de lo que vendrá, en un eco preciso de aquellas voces de hace un siglo que, sin precisar actualización alguna, se repiten sin cesar hasta inundar la conversación.
Al día siguiente llevo a mi madre al médico, y en la sala de espera ella entabla conversación con una monja anciana pero todavía enérgica. Le dice que, tras muchos años destinada en Barcelona, vive ahora en el colegio que estaba al lado de mi antigua casa, pero ya no da clases: se ocupa del comedor de pobres. Más de 250 personas, sumidas en la Miseria, acuden cada día para comer.
Y yo, que siempre pensé que la solidaridad y la compasión por el otro nos salvarían, compruebo con tristeza que, mientras los M de este siglo aguardan su turno o van ocupando ya su lugar, aquellas han sido reemplazadas por la Misericordia. Que, a pesar de todo, quizás sea nuestra última esperanza para resistir.
Coda Musical
Si alguien se siente con ganas de ir a las barricadas, pues que escuche Cara al culo, de La Polla Records. Ya les aviso que no les servirá de nada. Yo prefiero dejarlos con un aria que aparece repetidamente en la serie “M, el hijo del siglo”. La belleza siempre vence.
El salario real en 2024 se encuentra aún entre un 1,5 y un 3% por debajo del nivel de 2008, según las fuentes del INE, el Banco de España o Eurostat. Y la tasa efectiva del IRPF sobre rentas del trabajo y de autonómos pasó, entre 2018 y 2024, del 13,11% al 15,82%, que no se explica en su totalidad por la subida de tipos impositivos a las rentas más altas, sino en gran parte por la no deflactación de la inflación. Por si fuera poco, el 20% más pobre de la población, sumando todos los impuestos, paga un tipo efectivo medio del 27,5% y las clases medias un 38%, mientras que el 1% más rico solo paga el 24,1%.
La belleza siempre vence, pero qué difícil es encontrarla a veces.
Querido Ignacio,
Tu texto me ha sacudido. Porque no es una reflexión lejana ni un ensayo intelectual: es una crónica del presente con los ecos del pasado resonando como un tambor de guerra. Tu “Miedo” es el mío, y el de tantos que vemos cómo la historia se repite, pero con ropa nueva y sonrisa de algoritmo.
Lo que narras no es una metáfora: es un parte de guerra democrática. Es la constatación —descarnada, lúcida, necesaria— de que estamos otra vez ante el umbral del abismo. Solo que esta vez no se abre con botas ni uniformes, sino con trending topics y tertulianos. Ya no hacen falta camisas negras. Basta un micrófono, un canal de YouTube y una audiencia harta, confundida y manipulada.
Vivimos en una época en que el fascismo no necesita gritar para hacerse oír. Le basta con susurrar en los algoritmos de TikTok, deslizarse como un meme en Twitter, o adoptar la forma de “sentido común” en los discursos de quienes ocupan cómodamente las bancadas del poder. Y lo más perverso es que quienes votan a esos nuevos M lo hacen convencidos de estar rebelándose, cuando en realidad están cavando la tumba de sus propios derechos.
Has señalado algo clave: la clase media se está descomponiendo. Pero no solo en lo económico. Se deshace moralmente, culturalmente, simbólicamente. Prefiere orden a justicia, como bien dices. Porque el orden, aunque injusto, tranquiliza. Porque la justicia, aunque noble, incomoda. Y en ese hueco, en ese miedo, se cuela el monstruo.
No es nuevo. Ya lo sabíamos. Pero lo hemos olvidado.
El centro político se ha vaciado de sentido. Ya no representa un lugar de encuentro ni de gestión sensata, sino una ciénaga de tecnócratas sin alma que confunden gobernar con no molestar. Y cuando el centro se convierte en vacío, los extremos gritan más fuerte. Es la ley de la gravedad política. Y el peligro, como denuncias, es que cuando todo grita, la democracia calla. Porque se queda sin interlocutores.
Tu premonición no es apocalíptica. Es realista. Porque el mal no llega anunciándose como tal. Llega vestido de solución. De eficacia. De “esto no va más”. De “yo no soy político, soy uno de vosotros”. Llega hablando de libertad mientras la vacía, palabra a palabra. Llega pidiendo urnas para destruir el derecho a elegir. Lo hemos visto antes. Lo estamos viendo ahora.
Pero no quiero quedarme solo en el diagnóstico.
Es hora de hablar claro: necesitamos una izquierda que no solo sea moralmente superior, sino estratégicamente inteligente. Que no se limite a indignarse con razón, sino que construya con eficacia. Que no desprecie a los que tienen miedo, sino que les hable. Que no se ría del populismo, sino que lo enfrente con un relato propio, ilusionante, posible. Y necesitamos también una derecha digna, si aún existe, que tenga el coraje de expulsar de sus filas a quienes coquetean con el odio como si fuera una herramienta legítima.
Como tú, no creo que el mundo se acabe mañana. Pero sí creo que el mañana depende de lo que hagamos hoy. De lo que digamos. De a quién escuchemos. De si decidimos apagar el móvil para mirar a los ojos a quien sufre. De si, como esa monja que mencionas, seguimos abriendo comedores, pero también bibliotecas, plazas, micrófonos.
Porque la Misericordia —y esto es lo más bello y lo más doloroso de tu texto— es un valor último, sí, pero no puede ser el único. No puede ser el refugio tras la derrota. Tiene que ser el principio de una nueva política: la que se basa en cuidar, no en vencer.
Gracias por escribir esto. Y por no callarte. Por nombrar el Miedo. Porque cuando se nombra, deja de tener tanto poder. Y entonces, quizá, empezamos a recuperar el nuestro.
Con afecto, rabia y esperanza,