Obsolescencia programada
Ha venido el técnico y nos ha dicho que ya no fabrican repuestos para este Gobierno
Parece ser que fue Giulio Andreotti quien dijo que “No desgasta el poder; lo que desgasta es no tenerlo”. Hombre, pues si usted lo dice… Es verdad que Feijóo no mejora con el tiempo, y hasta ha tenido que adelantar el congreso del partido para que no le corten la hierba debajo de los pies. Pero tampoco es que el Gobierno esté disfrutando mucho de la cosa esta de mandar.
Tiene pinta esto de que la política es como las lavadoras, que tienen obsolescencia programada. Un día no centrifugan, viene el técnico y te dice que lavadora nueva, porque las piezas ya no se hacen, y que si la culpa es de los chinos y tal. Tú te quedas pensando que a lo mejor con una buena patada (al técnico no; a la lavadora) esto se solucionaba, que para eso te gastaste los cuartos. Al Gobierno también le darías una patada para que espabilase, pero es que cuando te pones a mirar los componentes son de su padre y de su madre y si atizas, igual se cae a cachos. Unas piezas tiran hacia la independencia del tambor de lavado, porque dicen que el programa de ropa delicada le roba; otras, directamente, quieren destruir el capitalismo; y claro, llega un momento en el que el motor ya no arranca (eso va a ser por culpa de las renovables, seguro), el desagüe se atasca con corruptelas y al final se acaban desbordando los whatsapps de Ábalos con Sánchez dejándolo todo perdido. Al final la ropa se queda sin lavar. Nada, que hay que tirarla.
Ya le puedes decir a los españoles la cantidad de coladas que has hecho y la cantidad de mierda que has lavado cuando el Covid, y que son unos ingratos. Pero en política, hablar de lo que pasó hace cinco años es como explicarles a mis alumnos lo importante que fue la invención de la imprenta para la civilización (lo siento,
): les importa una higa, lo único que les importa es si tienen suelto para las chuches del recreo.A ver, que es normal: gobernar desgasta pernos y rodamientos, y afloja los tornillos. Despacito, imperceptiblemente, pero la lavadora se empieza a menear y un día te despierta de la siesta con un alarido que parece que están matando un cerdo; y eso que le habías puesto el programa ultrasuave. Que si el Covid, que si Ábalos, que si el hermanísimo, que si la carta a los españoles, que si el volcán, la inflación, el apagón, los zombies (no, esto no ha ocurrido todavía, pero por qué no).
Cuando gobiernas pasan cosas, claro, y aunque muchas veces no se tenga la menor idea del asunto, pues no dejan de ser tu responsabilidad. Lo vas juntando todo y resulta que con calzar el electrodoméstico ya no vale, hay un runrún (como dice la Ayuso), un no sé qué como de dejadez, que se va acumulando hasta que acabas convencido de que el trasto está escacharrado. Imposible ir a MediaMarkt todavía porque no te ha llegado la extra, pero la pobre lavadora que era el último grito cuando la compraste, un buen día te empieza a parecer un cacharro inservible, y ya se puede poner como quiera que cuando la ves ya solo le sacas pegas. Es como un punto de no retorno, ya ni siquiera sabes por qué no te gusta la lavadora. La miras y te da asco.
Debe ser porque, como sabe muy bien la gente del marketing, la novedad gusta mucho. Dice
que “el hombre del siglo XXI difícilmente puede soportarse a sí mismo y emprende así una huida salvaje” hacia el consumismo, el turismo o el simple aborrecimiento de lo monótono (esto es de mi cosecha). En política pasa lo mismo, y ver al mismo señor saliendo por la tele cuando hay una catástrofe aburre, aunque mida un metro noventa y se caiga de guapo. Ya que las catástrofes van a seguir (esto lo tenemos claro, seguro que ustedes también han soñado con zombies), por lo menos que salga otro. A esta especie de buen rollo que generas entre la audiencia cuando llegas al poder lo llaman capital político; y se va desgastando con cada pifia, con cada decisión que tomas, con cada noticia de Koldo, con cada millón de balas que compras y luego tienes que devolver. Entropía, dirán algunos. En esta democracia ramplona movida por emociones chuscas, yo más bien lo llamaría aburrimiento. Se cambia de presidente por cansancio, un poco por sentido del espectáculo, no porque se piense uno que la cosa va a mejorar mucho. A ver si va a resultar ahora que en la era de TikTok e Instagram los votantes se reúnen en el Ateneo para analizar programas electorales. Todo es una sensación, un pálpito. Y de quién sepa capturarlo (sí, MAR, hablo de ti).La cuestión, claro, es qué lavadora elegir. Porque cuando te enteras de que todas las grandes marcas están hechas en Turquía, y que en el fondo son el mismo modelo pero con cuatro botoncicos cambiados, la cosa pierde gracia. Así anda el pobre Feijóo, que como es incapaz de saber cómo vender su producto ha tenido que convocar un congreso para que le orienten. Aparte de decirte (bueno, decirte: exigirte) que cambies de máquina, cuando se explica no se sabe muy bien si su oferta tiene prelavado en frío para pensionistas, centrifugado extra para el conflicto territorial, o construcción exprés de seis millones de viviendas en Cuenca. Mucho votante, por eso, aún se aferra a su viejo cacharro, que es un puñetero desastre, pero por lo menos le sube la pensión con la inflación. Algo así como el sketch del detergente Gabriel de Martes y Trece.
Otros colectivos, como los jóvenes, sí que están abiertos a otras ofertas. Han salido ahora unos modelos que prometen pleno empleo sin impuestos, limpieza étnica, energía nuclear inocua y sin remordimientos, orgullo nacional, y poner a las señoras en su sitio de una santa vez. Y esto sí que les ha hecho sentir esa llamadita por la novedad. Tengan en cuenta que el señor Sánchez lleva ya casi siete años ocupándose de nuestra ropa sucia (bueno, y también de la suya, con pobres resultados). Los jóvenes de 24 años tenían 17 cuando llegó al poder; a su edad, yo también pensaba, por supuesto, que la culpa era del Gobierno, de quién iba a ser. No han conocido otra cosa, de modo que es comprensible que sean antisistema y se decanten por un Mr. Proper con barba o por un youtuber chalado.
Comprensible, desde luego, pero normal no mucho. Yo lo siento, pero como boomer no puedo entender que cayetanos y vallekanos se hayan convertido en una unidad de destino en lo universal. Bueno, lo puedo entender cuando veo que los conocimientos de mis alumnos sobre la historia de España son como los pelos de mi cabeza: escasos1. En fin, es lo que hay.
Lavadoras catalanas y vascas aparte (un poco psicodélicas las primeras, más funcionales y sin grandes pretensiones las segundas), nos queda la gama de Sumar y Podemos. Y ahí les confieso que cuando las veo me surge la duda de si estoy en una tienda de electrodomésticos o en una mercería, porque es un lío. Unos modelos (movidos por supuesto por energía exclusivamente eólica) trabajan solo treinta siete horas y media, pero no dicen nada de si lavan o no. Prometen, eso sí, un mundo mejor. Los otros, más radicales, en vez de limpiar la ropa yo creo que te la confiscan porque ¿a qué viene tener tantos trapos hechos en Bangladesh, hombre? ¿No ve qué es usted un capitalista? Se comprende que la lavandería Sánchez tenga cada vez menos clientes.
En fin, que nos acercamos al aniversario de la única moción de censura exitosa de nuestra democracia. Alguno ya anda por ahí diciendo “contra Rajoy vivíamos mejor”. Y cuando vengan los extraterrestres a licuarnos vivos, alguien habrá que eche de menos a Sánchez. Así funciona la cosa.
Una única nota a pie de página hoy: si tienen la suerte como yo de gorronear el Movistar+ a su cuñada, no se pierdan la serie “M. El hijo del siglo”, sobre el ascenso de Mussolini. Igualico, igualico que hoy, oigan. Y ni aun así aprendemos.
¡Ignacio, por el amor de Bosch (el de los electrodomésticos y el del Jardín de las Delicias)!
Te has marcado una pieza que debería venir con manual de instrucciones, detergente líquido y un “no lo intente en casa, esto solo lo hace un profesional”. Has centrifugado a la clase política como si llevaran calcetines sueltos de diferentes parejas (que, viendo el panorama, sospecho que es literal), y nos has dejado a todos con la sensación de que no hay programa electoral que no termine con olor a ropa húmeda olvidada en la lavadora.
Eso sí, tu alegoría es tan precisa que me ha hecho mirar con desconfianza a mi pobre Siemens, que lleva quince años sin cambiar de gobierno, digo de tambor. ¿Y si está en fase Sumar y por eso no arranca hasta que no se alinean las aspas con Júpiter?
Y qué decir de tu referencia a los estudiantes: entre lo de los pelos de la cabeza y lo de la imprenta, me he reído con dolor de lumbago. Porque es cierto: puedes salvar a la humanidad de una pandemia, pero si no das TikToks de geopolítica con fondo de reguetón, no existes.
En fin, solo quería decirte que, si un día fundas un partido, cuenta conmigo. Aunque sea para repartir octavillas en la lavandería de autoservicio del barrio, que ya es más útil que algunos comités ejecutivos. Y si no fundas partido, haz al menos una newsletter con programas de lavado recomendados para cada ideología.
Un abrazo enorme, con suavizante.